LA LÁMPARA
Toda esta historia
empezó cuando paseábamos por nuestro barrio un sábado por la mañana.
Acabábamos de desayunar
en el bar de la esquina, ese que nos gusta tanto a Paula y a mí y, de pronto, la vio. Era su lámpara
preferida, la que siempre había soñado y con la que llevaba dos años
insistiendo en que se la comprara. Los mismos dos años en que nuestra relación,
después de cinco años de noviazgo y tres viviendo juntos, se encontraba en la
cuerda floja.
Yo no se la había
comprado porque me parecía horrible y, además, no pegaba nada con el estilo de
casa que habíamos construido. Se trataba de una lámpara con cristalitos de
colores: verde, azul, amarillo; de estilo champiñón y que se encendía
presionando levemente la cabeza con tres niveles de luz y uno de apagado.
La cuestión es que el importe
era bajísimo, 10 euros. La lámpara se encontraba en liquidación por llevar
tantos años allí (lógico que nadie la quisiera) y el tendero estaba harto de
verla. De este modo, no pude evitar comprársela y nos fuimos corriendo a casa
porque Paula estaba deseando estrenarla.
Mientras yo veía la
televisión, Paula la colocó en su mesita de noche y me llamó muy amorosamente
para que subiera a verla. Yo tardé un poco en reaccionar porque la lámpara en
sí me era indiferente pero, cuando entré en la habitación, me encontré a Paula
tumbada en la cama, con su nueva lámpara encendida y totalmente desnuda.
Hicimos el amor como
hacía años que no lo habíamos hecho y nos pasamos ese sábado en la cama como
cuando empezamos a salir.
Paula pulsaba la
lámpara cada vez que llegaba al orgasmo y parecía que flotase en el aire con el
aumento de luces de colores. La magia de los mismos le entusiasmaban y ella se
movía tan sensualmente que yo no podía decirle que no a nada.
Así pasaron los días y
la actitud de Paula seguía igual. Cada vez que llegaba a casa me la encontraba
en la cama acariciando la lámpara y esperándome desnuda con ganas de volver a
la carga.
Habíamos dejado de
discutir, de conversar, incluso de dormir; porque Paula sólo quería sexo y yo
me encontraba perdidísimo. No sabía qué hacer.
Al principio no me
atreví a preguntar a nadie el porqué de su entusiasmo y yo estaba alucinado
ante el cambio de la actitud erótica de Paula, ya que llevábamos varios años
sexualmente decaídos. Asimismo, decidí ir a visitar al viejo tendero y
preguntarle por la dichosa lámpara, pero el primer día la tienda estaba
cerrada.
Al día siguiente, volví
a intentarlo a la salida del trabajo. Casualmente, el hombre estaba cerrando.
Aparqué rápido para que me atendiera pero me dijo que le perdonase, que tenía
prisa y que si quería devolver la lámpara ya no era posible. No admitía cambios
ni devoluciones. Le insistí en que ese no era el motivo y que, por favor, tan
sólo me atendiera un momento, pero se fue y me dejó con la palabra en la boca.
Igualmente, decidí
esperar al sábado y volver a la tienda de lámparas poniéndole como excusa a
Paula de ir a comprar el desayuno.
El tendero ya no pudo
decirme que no y le pedí por favor que me dijera si esa lámpara había sido utilizada
anteriormente o había sido devuelta por otra pareja treintañera. Todo era por
no querer exponerle con claridad, me daba mucha vergüenza, lo que realmente
estaba sucediendo.
Finalmente, me confesó enrojecido
que la lámpara había sido devuelta previamente por tres parejas jóvenes que
volvían a la tienda con caras cansadas y le ponían la excusa de que no pegaba
con la decoración de la nueva casa que se habían comprado. También me preguntó
por el nombre de mi novia pero yo no le di importancia.
Ese
era el motivo de la rebaja. Él también quería quitársela de en medio.
Le
di las gracias y salí de la tienda. Paula me estaba esperando para desayunar.
---
Confuso,
volví a casa con el planteamiento de deshacerme de la dichosa lámpara.
Desayunamos y, antes de
que Paula comenzase la fantasía sexual del sexto día de la semana, le pedí, por
favor, que me diera cinco minutos para buscar una cosa en internet. Ella aceptó
pero con la insistencia de que me diera prisa.
Así fue como descubrí,
gracias a Google, que los cristales
de la lámpara eran afrodisiacos y producían un enorme apetito sexual a las
mujeres de 30 años que se llamaban Paula.
Y Paula lo sabía.
Es cierto que a los
hombres nos gusta mucho el sexo pero lo poco gusta y lo mucho, cansa.
Después de aquel extraordinario
día, llamé a mis padres y les invité a comer a casa para el sábado siguiente.
Claramente, Paula se enfadó porque seguía sexualmente enfrascada.
Vía whatssap, convencí a mi padre con 20
euros para que, sin querer, tirase torpemente la dichosa lámpara al suelo y se
rompiera de una vez por todas. Sin preguntar, así lo hizo. En ese mismo
instante, Paula vociferó, cogió las maletas y se marchó de casa.
Ese día comimos los
tres a solas.
Afortunadamente, no
tuve que dar explicaciones porque la novia de mi hermano mayor también se
llamaba Paula y mi padre no era la primera lámpara de colores que rompía.
Una interesante versión de la historia de Aladino y la lámpara maravillosa. Me gusta Marta, enhorabuena.
ResponderEliminar